jueves, 21 de abril de 2011

Víctor Toledo: Retrato de mi madre con meningioma.

Víctor Toledo
















 RETRATO DE MI MADRE CON MENINGIOMA
        
(((( Me dijo Rodrigo Rojas, neurofisiólogo expatriado ((mientras su padre
Gonzalo Rojas hablaba del silabeo angustiante de la A: asma, angustia, Angst
(Auténtica aspiración, inspiración, las piedras expiran las nubes
espiran el mundo respiran el cosmos))): 
“sólo tumores malignos resultan de alteraciones sicosomáticas”.
(No estuve de acuerdo) el meningioma
(álter ego del sueño de mi madre       alteridad rosácea       nube de piedra
caracola sin mares náufragos     sin fragatas sirgando voces fragantes
sirenadas       hilaridad de risas óseas
de neuronas) lo provocó su sufrimiento, un neuroma
aspiración moral profunda -aroma del no- que estrelló un gigantesco meteorito
contra la pulida vidriera de su sacralidad
entraba arrasando el mundo la noche con su caos, el intimor, el tornillo sin fin
sin centro ni sentido.
El sufrimiento físico, rizófago profundamente vacío, el sueño mentía,
no dormía (por trabajar) la noche desplegaba una expansiva loza
crecía como tumor indoloro en su cerebro agudo y estrellado
El neurocirujano, sonámbulo amante de la Cábala, Fausto A.
Otra vez la angustia de la A-
decía “el origen de esta indetenible crecida celular no tiene explicación”
((di que es mar de neuronas sin dique que se fosiliza para seguir creciendo
salto de puma es el oleaje, alto de espuma, lava blanca lavada y fría.
Calderón que se detiene (sin detenerse)
para seguir su avance (de punto puente)
justo entre la entropía y su caldera opuesta: espesos trópicos del aire))
Y Rodrigo: “no es peligroso si se detecta a tiempo”
Mas el  nocturno tumor rotundo de la moritur medicina del estado tardó años
para oír al doctor en letras: tenía algo en la cabeza devorando su personalidad
Vampiro-gorgona que atacaba a la Duramadre, seducía a mi Piamadre
y reventaba las tornasoladas sedas de Aracnoides
posesión más del alma que del cuerpo
no era solo el rizoma que crecía, era lo enraizado a nuestras fallas.
Doctor Fausto conectó los filamentos de la pestilente institución con la raíz
para hundir su trabajo, el corte  rizo del soma.
Terapia intensiva, infarto cerebral  (se ahoga el español: renace entre la nube
rosa el didxazá) aporisma lingual  (deletrea deleitosas letras deletéreas
etéreas heteras) oscura explosión brillante
en algún punto de la galaxia.
((Coma,        pausa de sintaxis cósmica, oración particular (participio)
disolviéndose        -sol del Yo viéndose, comiéndose, lloviéndose-
(reflexivo        diluvio diluyéndose)
en la cláusula genérica del infinito, en su parte del precipicio)).
La noche se rompió: una cascada con el limo de todas sus estrellas
cáscara de algas -su verdad- se  reventó.
Madre ya no tenía sentido para ti la vida, sin centro.
El caos con el vértigo de su cerrada noche entraba por la ventana del brillo de tus iris 
viento que brotaba (manantial limpio de luz) de la última rotación de la tierra

cuando aún briznaba el destello de la mirada de dios.
Débil llama de la esperanza, te apagó de un coletazo el dragón de la corriente marina
último sentido que se sostenía en el verdeante borde de sus ojos.
Tus hijos peleaban entre sí, botellas de mar rotas sus contradicciones,
te dejaron sola en la casa abandonada ((ocupada por sombras
(visitas lacónicas, lejanas) respiraba preocupada,
por las esporas de sus hongos, por el pasillo angosto
 el pulso escandaloso de tu piedra))
con su frío retenía los gases que tu cerebro no podía controlar
escapaban y le daban repulsión al asco, olías a flor podrida, y el pulsar
de la estrella se doblaba, en pliegues oscuros amarillos
esto te avergonzaba, angustiaba, “angst, angst”  -tosías nerviosa-
pero ninguno regaló ternura para tu abundante calvicie de sesos
ni encendía tu color
con oxígeno sedoso
((para prender tu día en las etéreas cuerdas áureas del código genético
(punto de oro del ojo de la Nada, infinito palíndromo
aeródromo de Moebius) de la luz del humo (palimpsesto)
de tu  incendiada noche -empalizada de incestos: ingentes lagos andantes indigentes logos alegres de memoria, sinapsis sin lugre que morían
un pájaro diciendo me moría, un sátiro cantando su amoría))      
ni sostenía tu aliento
reventar tu íntimo temor, el ancestral tumor del miedo:
tu obsesivo amor interno a la muerte (apoplejía de la luz, tierno maná).
Era sencillo pero no los enseñaste, siempre trabajando 
odiaron las faenas, las orillas irregulares de las genuflexiones
y extrañaron doblemente el paraíso (en la arista del recuerdo
el sílice del viento zampoña su armonía con un vilano largo y seco).
¿Tiene sentido escribir después de esto?
De nadie cayó una gota dulce - hubiera detenido el mar eterno de lo informe
(( la piedra de la locura multiplica alegremente (reflejando el menor acre
de olor, espacio y movimiento) la obsena  cópula de la Creación
piedra calcárea  (espeso espejo       calca el área de  la Infinita Nada ))).
¿Escribir?  Calaca cálida.  ¿Veneno hinchado       curar nostálgicas neurosis
cobra(r)  al día su cobardía?
Pero no puedo detener la mano que se mueve acariciando tu tumor, hoja blanca
que crece geométrica, desplegándose sin control.
Te torturamos, dejamos sola, y cómo te queríamos.
Nuestro ser ((sintaxista sin auto verbal (sólo sentido del sin sentido))) no es cósmico, no es humano, sin carne trashuma, no tiene templo del tiempo
es rizomático cristal, amorfo morfema (Morfeo sin amor: Paréntesis vacío
del  Meningioma que fosiliza porosamente   el Vacío).
Tiró diez dados la Sincronicidad (la nada es el dedo de Dios)
un día de abril  -medio día (se adelantó furiosamente el verano), madrugada
(cuatro bajo cero, noche oscura del alma,  catástrofe del clima)
al quemarse (a qué amarse) la casa de cartón de la muchacha que te cuidaba
 -mientras corría
para encontrar a sus hijos- se fulminaba tu cerebro:
con el esperma viscoso y helado de la muerte:  meningitis.
Viciosas y aladas las meninges, antientrópicas falanges , las mininas meninas
los reumas, los neumas, las mínimas vendas protectoras contra el caos
terminaron por ceder su resistencia y entró el terror de lleno, el  Abandono
el hilo negro (gordo gusano rojo saliendo amarillento de tu boca
agua espesa que al fin tomó color) de tu soledad.
Al quemarse (amarse para qué) el cubo de cartón corrugado bajo del horizonte
Arrastra el terror (avalancha cósmica de tierra) y cada tarde vuelve su voz
“la puerta de la noche estaba abierta” -dice-, el miedo no perdona
enciende la pira más alta del insomnio -estrella la luz-
yo a quién con facilidad la nao del ser la nausea, rapta, y me aleja de ti
me deprimía, me arqueabas debilitando mi entusiasmo
que sólo ilusión se sabe para pasar la vida
alegoreaba en mi apetito, algoritmos de baba, alejabas mi alegría
(asqueada), se gastaba el dinero destinado a viajes y  libros
en cajas vacías de medicinas, pero te aferraba a la llama
(zalamera salamandra -sale de la sala de la sal oxidada) del oxígeno.
((Me angustia decir amé (amor, asma del espíritu, balbuceo del alma, buceo
de alvéolos en el  aire)), todo esto son solo las negras palabras, velos de olas
en el alba, que no pudieron salir de mis ojos cuando llegó la Presencia
de la Nada.
Gonzalo Rojas habla con entusiasmo de sus dificultades para respirar la A
((nada: No y A de angustia) (y D angosta de dios))  y yo
no lo puedo seguir con atención (converso con su hijo)  pues oigo cómo
la piedra precisa de la Araña estrella el aire, meninge transparente ))))

 

 

Víctor Toledo (Córdoba, Veracruz, México, 1957) Poeta, traductor, investigador,   

docente y doctor en filología rusa por la Universidad Lomonosov de Moscú.  

 Ha publicado en poesía. Poemas del  Didxazá  (ilustraciones de Francisco Toledo, 

epílogo de Andrés Henestrosa. 1985); Gusilayú: La Casa, 1989; La casa de la nube

1996; La zorra azul, 1996; Del mínimo infinito (poemas 1977-1998),1998; Retrato

de familia con algunas hojas (Antología Mítica); 1999; Abla o nadA, 2002;  

 (D)elfos, 2005 y Ronda de hadas en la noche de San Juan, Nueva York, 2007. 

En ensayo, traducción e investigación: Las ideas estéticas de Barís Pasternak y

su época, Moscú, 1992; El águila en las venas (Neruda en México, México en Neruda), 

1994 y 2005; A la memoria del demonio, Itinerario de poesía rusa, 1999;  

Borís Pasternak, Poemas, 1999; Poética mexicana contemporánea, 2000;

Tres poetas rusos (Pushkin, Pasternak, Brodsky), 2000; La mariposa en la 

estrella, Pushkin, Mandelshtam, Pasternak, Brodsky, Buenos Aires, Argentina, 

2001; Piedra, Tristia y otros poemas, Osip Mandelshtam,  2005; Autor de:

Poética de la Sincronicidad. La lengua de Adán y Eva, 2006; EL Retorno órfico. 

Aportaciones al análisis métrico-musical , 2008; La Mariposa En La Estrella. 

 Recuento de poesía rusa. Ensayos y traducciones,2008; Des-varios. 

Ensayos de un diario Cultural , 2009.

Obtuvo el Premio Nacional de Poesía Joven. INBA, 1983, es becario en poesía 
del Centro Mexicano de Escritores, de Bellas Artees y del CONCULTA, es miembro
del Sistema Nacional  de Investigadores. En 2001 fue nombrado Veracruzano 
Distinguido por el estado de Veracruz y en 2004 el gobierno de Chile le otorgó
la Medalla de Honor Presidencial Pablo Neruda.   









jueves, 14 de abril de 2011

Fernando Butazzoni: Horacio Verzi, escritor y gestor cultural.

Fernando Butazzoni





















El capitán Horacio
por Fernando Butazzoni

No pretendo con estas líneas realizar un estudio (que a estas alturas, por otra parte, me parece más que necesario) sobre el incesante trabajo cultural de Horacio Verzi durante las últimas cuatro décadas. Se trata más bien de esbozar algunas imágenes de quien ha sido mi amigo, mi hermano, y con quien he discutido y reflexionado a lo largo de los años y en distintas partes del mundo acerca de ideas, ocurrencias, dislates, infamias propias y ajenas.
 
Lo primero que debo señalar es la variedad, vastedad y complejidad de la obra de Horacio Verzi. Para ello, es necesario delimitar lo que se entiende por “obra”. Más allá de algunas definiciones canónicas habituales en nuestro panorama teórico actual ─definiciones ya perimidas en mi opinión─, esa obra está constituida por novelas, cuentos, relatos, artículos, críticas y recensiones, clases, charlas y conferencias, ediciones y publicaciones, ausencias y presencias. Se trata de un aparataje complejo, poco visible y de gran solidez. Tan poco visible que su accionar no ha sido suficientemente reconocido en el Uruguay ─como sí lo ha sido en otras partes del mundo.

Horacio es un artista. Definición que desborda los límites preconcebidos de las diversas disciplinas para integrar en un todo su manera de entender la cultura y la sociedad. Verzi ha ejercido el criterio (ha hecho crítica) con implacable certeza, y lo novedoso de su aporte consiste en las formas múltiples de hacerlo. 

Graffiti fue una instancia de enorme brillantez, digamos que un punto de inflexión. Tanto la revista de ese nombre como el sello editorial que la acompañaba, marcaron una época en el panorama cultural uruguayo. Se trató de una enorme apertura, tanto gráfica como conceptual, literaria y social. La revista Graffiti incorporó nombres, temas y disciplinas que estaban ausentes desde hacía décadas en el obnubilado panorama local. Ese aire provinciano que a todos nos sofocaba a la salida de la dictadura, allá por fines de los años 80 del siglo pasado, era un estanque lleno de bacterias proclives a la putrefacción de los corpus cultuales. Graffiti renovó ese aire, le metió oxígeno, algo de azufre, ozono, vaya a saber qué.

No diré mucho de la  editorial, porque me comprenden las generales de la ley: yo publiqué la primera edición de “Príncipe de la muerte” en 1993, gracias a la generosidad de Horacio. Era una empresa arriesgada, pues se trataba de un ladrillo de 400 páginas sobre un cuchillero del siglo XIX. Sin embargo, con buen tino Horacio supo cómo hacerlo sin empeñar el futuro de la empresa. También hubo una edición de “El tigre y la nieve”, cuando aún no se habían desenterrado a los muertos de La Perla, en Córdoba, lo que habla también de un cierto sentido histórico que recorre toda la obra de Horacio: está presente en sus libros (en sus novelas, en sus relatos), está presente en sus análisis críticos y está presente en su labor editorial. Sólo así puede entenderse la avispada y temprana publicación (tapa negra, ilustración helénica) de “El ojo dyndimenio”, de Daniel Chavarría, quizá una de las cumbres narrativas del siglo XX.

Al mismo tiempo que dirigía la revista y la editorial, Horacio escribía con la misma pasión y honestidad de siempre. Ya había obtenido reconocimiento internacional, en especial con su novela “El mismo invisible pecho del cielo”, pero él consideraba (y lo considera hoy, tantos años después) que la escritura es una forma de existir: explorar el mundo, el alma humana, las relaciones sociales, las pasiones. De modo que no se daba tregua. Esos procesos de escritura, dolorosos de por sí, tienen en Horacio Verzi una palabra que los distingue y que rara vez es aplicada a la literatura: decencia. Puedo decir con toda propiedad que es un escritor decente, es decir alguien que considera la dignidad de lo que escribe y la dignidad de lo que será leído (autor y lector) como parte sustancial de su tarea. Esta decencia también lo ha construido como lector de saberes enciclopédicos.

Esta noción (mía) de decencia en el trabajo literario, que a todas luces se contrapone con las doctrinas imperantes respecto al asunto, está relacionada estrechamente con la noción (de Horacio) respecto a la necesaria problematización de la vida cultural en general y de la escritura en particular. En efecto, Verzi considera que el mercado, las modas, los caprichos y los negocios han convertido el ámbito de la literatura en general en una simplificación absurda y ─agrego yo─ dañosa.
 
Durante años (en especial durante los años 90 del siglo XX, en el apogeo del llamado “neoliberalismo”) se establecieron algunas consignas que terminaron por convertirse en dogmas culturales: la linealidad, la economía verbal, la comprensión directa, la vulgaridad. Esto ocurrió en la literatura ─y muy especialmente en la narrativa hispanoamericana─, pero también en la dramaturgia, en el cine, en la pintura, en la crítica. Hubo un divorcio entre la elaboración compleja del arte y sus discursos, por una parte, y el mercado y los mercaderes por el otro. La poesía virtualmente desapareció de las librerías, las vanguardias plásticas quedaron acorraladas en las muestras under, el teatro buscó la taquilla con el ingrediente facilongo de los artistas de la televisión… Y así. O sea, hubo un proceso de desproblematización de la cultura, que nos llevó como sociedad al borde del precipicio (y ahí estamos).

Jamás olvidaré la santa indignación de Horacio tras ver una pieza publicitaria televisiva que promocionaba el sorteo de un automóvil cero kilómetro: un meritorio trabajador acaba de comprarse su auto tras muchos esfuerzos. El tipo lo está lavando en la puerta de su casa y reflexiona sobre los valores que le inculcó su papá ya fallecido (el trabajo, el ahorro, la constancia). El hombre mira hacia lo alto, hacia un cielo azul perfecto, en señal de agradecimiento. En eso llegan los bullangueros vecinos con un auto igualito, del mismo color, que se lo acaban de ganar en un sorteo. El meritorio laburante no entiende por qué unos deben trabajar para conseguir lo que desean y otros simplemente tienen suerte. No entiende y alza sus ojos al cielo, esperando una iluminación paternal de algún tipo, pero entonces lo que ocurre (y así, brutalmente, cerraba la pieza publicitaria) es que una cagada de pájaro le golpea el parabrisas recién lavado.

Horacio consideraba que esa pieza publicitaria (magistral en su relato, implacable en la transmisión de ciertos valores) era un síntoma social de un deterioro creciente. Hay que señalar, para entender del todo el episodio, que esa pieza publicitaria se emitió en el Uruguay de finales de los años 80. Disneylandia ya asomaba sus garras.

Horacio Verzi, convencido de que la complejidad de la vida excede con mucho a esas desproblematizaciones banales, recorrió un camino de auto repliegue que provocó la desaparición de Graffiti, la publicación esporádica de algunas obras suyas (casi siempre gracias a premios y distinciones internacionales) y una labor incesante como docente e investigador que ha desplegado con humildad y seriedad impar durante los últimos  treinta años.  
 
Él, que perpetró aventuras de gran calibre en varios momentos de su vida, que combatió a dictadores y chantas con el mismo entusiasmo, ahora vive con una serenidad un tanto irónica en La Barra de Maldonado, en un sitio que hasta hace unos años era una especie de paraíso perdido, pero que ya ha comenzado a sufrir los embates civilizatorios. Allí, Horacio y su mujer Isabel Romero pasan sus días, contemplan la naturaleza, estudian el comportamiento de los animales y las plantas, leen, miran películas y reciben amigos, conocidos y hasta extraños que cada tanto peregrinan en busca de la isla del tesoro y lo que hay en ella.

Es que en la isla robinsoniana de Horacio e Isabel puede haber muchos tesoros, lo que confunde a los peregrinos: los bosques, los libros, el bosque de libros en la gran sala presidida por una impresionante estufa a leña; o puede ser la familia de perros que desde hace décadas los acompaña a ambos (cómo olvidar al difunto Archibaldo, cómo no temerle al levantisco Sánchez, cómo no congeniar con el prescindente Cascarilla); o el tesoro isabelino de Horacio, esa mujer que me recuerda por su talante y modales a la Cora Munro de Fenimore Cooper.
 
En más de una ocasión me he preguntado a qué personaje de La isla del tesoro corresponde Horacio. Con él muchas veces recordamos el acertijo (“¿Cuántos hombres hay sobre el cofre del muerto?”). Por momentos se me asemeja a Ben Gunn, con su empeño en volver a la lucha. O al caballero Trelawney, siempre dispuesto a un lance honorable, algo distante en el trato pero de buen corazón. Sin embargo, me parece que Horacio es el capitán Smollett. Si hasta puedo verlo en una noche de tormenta, junto a la rugiente desembocadura del Maldonado, dispuesto a zarpar de nuevo por los mares del tiempo y de la vida.


Fernando Butazzoni (Montevideo, 1953). Narrador, ensayista, poeta, guionista y periodista.  Entre 1972 y 1985, vivió en Chile, Cuba, Nicaragua y Suecia. Luego del proceso electoral puede retornar al Uruguay, donde desarrollaría una intensa actividad periodística y literaria. Fue encargado de páginas culturales del semanario Brecha, director de la Revista de la Universidad de la República, secretario de redacción del matutino La República, corresponsal del diario Clarín de Buenos Aires y director y conductor de programas de radio y TV.
En narrativa ha publicado: Los días de nuestra sangre (cuentos, Cuba, 1979); La noche abierta (novela, Costa Rica, 1982); El tigre y la nieve (novela, Montevideo, 1986); La danza de los perdidos (novela, Montevideo, 1988); La noche en que Gardel lloró en mi alcoba (novela, Montevideo, 1996); Príncipe de la muerte (novela, Montevideo 1997); Mendoza miente (nouvelle, Montevideo, 1998); Libro de brujas novela, (novela, Montevideo, 2002); El tigre y la nieve (novela, Montevideo, 2006); El profeta imperfecto (novela, Montevideo,2007); Un lugar lejano (novela, Montevideo, 2009).
Asimismo ha dado a conocer en crónica  y ensayo Nicaragua: noticias de la guerra (Montevideo, 1986); el volumen de reportajes Seregni-Rosencof Mano a mano (Montevideo, 2002); Los ensayos del Orobon (Montevideo, 1998) y Alabanza de los reinos imaginarios, un recorrido por el castillo del conde de Lautréamont (Montevideo 2004).
Su obra ha recibido diversas distinciones, entre ellas,  los premios Casa de las Américas (Cuba, 1979), EDUCA de narrativa (Costa Rica, 1981),  Bartolomé Hidalgo (Uruguay, 2008) y fue finalista del Planeta-Casa de América (2007) y del Rómulo Gallegos(2009).


Isabel Romero-Horacio Verzi




Horacio Verzi (Montevideo, Uruguay, 1947). Narrador, ensayista,  periodista y docente .  En 1983 obtuvo el Primer Premio de Narrativa del Certamen Anual Latinoamericano EDUCA  en Costa Rica por la novela “El mismo invisible pecho del cielo”.  Ha publicado las novelas “La otra orilla” (Montevideo, 1987), “Los caballos lunares” (Montevideo, 1991)  y “Toda la muerte” (Montevideo,1999;  mención en la categoría de novela inédita en el concurso anual 1998 del Ministerio de Educación y Cultura del Uruguay). Su relato “Reliquia familiar” obtuvo el Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar (Cuba, 2004). En ensayo dio a conocer parcialmente el aún inédito: ENTRE LA EXPECTACIÓN Y EL DESENCANTO.  Construcción y autorreconocimiento de la identidad personal en la poesía y la narrativa de Jorge Luis Borges (2010).  
Horacio Verzi ejerció la  docencia en  La Habana, Cuba (1977-1982)  y trabajó como   investigador en el Centro de investigaciones literarias de Casa de las Américas (1981-1985).  Asimismo se desempeñó como redactor, corresponsal y editor de noticias en distintos medios periodísticos en países de América Central y el Caribe.
A su regreso al Uruguay, fundó y dirigió la revista Graffiti y la editorial  homónima (1989-1999). En la actualidad dicta clases en el Centro Regional de Profesores (CERP) de Punta del Este, Uruguay. 

Horacio Verzi-Esteban Moore






martes, 12 de abril de 2011

David Cortés Cabán: LA POESÍA DE CARLOS OSORIO.

Carlos Osorio
















Peregrinaje integra en esta antología la continuidad y la afinidad de una escritura que
proyecta la dimensión humana de un poeta que nos acerca a la grandeza y la fragilidad de la vida.

Son poemas que fijan las experiencias íntimas de una vida expresada como reflexión y de una mirada que recoge del entorno la esencia de las cosas como si éstas estuvieran vinculadas al destino del poeta. Carlos Osorio nos introduce a un universo poético donde la palabra “peregrinaje” va evocando el sentido de la vida en un pensamiento que busca la razón de la existencia. Por eso la memoria sostiene con fuerza y claridad la vida del poeta a través de recuerdos de honda nostalgia. Se mira hacia el pasado, al fugaz esplendor de la niñez para evocar la presencia del padre, de familiares y situaciones que vibran sobre un paisaje de diversos tonos y contrastes. Es allí donde el signo ineludible de la muerte asoma para señalarnos las zonas más dolorosas de la vida. Estos poemas proyectan una atmósfera de lucidez y búsqueda de conocimiento sobre lo que es la vida en relación al tiempo, la época y la realidad histórica del poeta. Es en este ámbito que el poeta comparte su destino. Va por un camino donde los recuerdos iluminan su finitud, y se detiene como buscando en las circunstancias de la vida el significado de su existencia. Estos versos proyectan su condición humana: “He vuelto a caminar / el mismo trecho / para sólo agregar un / paso / aprovechando el día / venido en todo / de ver más claro / el oficio de la muerte”. Lo que ocurre en su interioridad, su percepción del mundo, lo encontramos en el sentido de esa contemplación y de su actitud frente a la temporalidad de la vida: “Un hombre / que se resista / a la muerte / sería el mayor / irrespeto / por eso / recuerdo callar / y me distiendo / más abajo / cómo se llama este / árbol / frente a la tarde / hirviendo / en aves de
migración.”.

Este sentimiento también lo hallamos en Saravá, libro que nos recuerda nuestra pasajera presencia sobre la tierra. Nada permanece. Todo tiene su hora y su tiempo. Las cosas con que el poeta se identificó se desvanecen anuladas por la misteriosa sombra de la muerte. Conmovido, el poeta intuye lo que los años le han arrebatado. Siente que la vida no es lo que soñó, ni tampoco lo que avizora su mirada en busca de otros estímulos para fundar y ordenar el universo de su experiencia creadora:

No hemos vuelto a sentarnos
en aquel lugar donde solíamos
examinar cada día
o planificábamos llegar a ser grandes
hombre de bien hombre santo
qué hay de ti
cuando las tardes penan
su último momento
yo pasaba por aquí
y siento la parálisis del mundo
todo aquel mundo nuestro
muerto
hermano santo
y nosotros salimos de todo
pero todo no salió como pensamos
y así está bien
así está mejor.

Y es que la vida se desvanece como el lejano espejismo de lugares que un día fueron para el poeta su centro de referencias. Las imágenes del pasado se deslizan sobre la superficie de un lenguaje que descubre las apariencias de las cosas revelándonos también otra impresión del mundo, otra percepción de la vida. El poeta parece hablar consigo mismo de una naturaleza que refleja otra realidad:

Quizá como yo veo el mundo
me veo
así sin detenerme
en las menudencias del invierno
sin ver a detalle
las piedras que forman el lecho
de un río
a la ligera
todo a la ligera sin estorbos
pero con miedo
a la hora de dormir
a las calles solas de la noche
y siempre
con alguna esperanza.

La misma naturaleza que el poeta evoca en estos versos influye sobre su estado de ánimo fijando el tono de muchos poemas, la emoción y la sinceridad que exige la verdadera poesía. Por eso Carlos Osorio mira hacia su interioridad no sólo para expresar su visión de mundo, sino para reflexionar asimismo sobre su destino humano en relación a su peregrinaje por la vida. Y no se trata, por supuesto, de buscar una respuesta a la cotidiana y sórdida realidad o las pasajeras inquietudes del espíritu. Se trata de oír una voz interior, una luz que resplandece otro concepto de la vida. Vivir como quien vive descubriendo que la vida no hay que buscarla en el abismo de las cosas que se alejan o desaparecen sino en las que permanecen en serena armonía con uno mismo.

En Albricias contemplamos temas y situaciones que están presentes en los libros anteriores. Reunidos aquí colectivamente, imparten unidad y armonía a la dimensión total de esta obra. Así el lector podrá adquirir un mejor conocimiento de la producción poética que Carlos Osorio ha venido desarrollando en el transcurso de treinta años de constante tensión creadora.

Todo lo que llama la atención del poeta se encuentra en estos poemas adheridos a un lenguaje en contacto directo con lo que le preocupa. En esta dimensión se mueve su pensamiento proyectando la impresión profunda que dejan los seres y las cosas en su vida. Hay también una idea existencial que evidencia muy sutilmente el hilo conductor que entrelaza los diversos temas que aquí se presentan. Se trata en ellos de razonar el misterio de lo inefable, o lo que el poeta cree encontrar en la poesía como transformación y permanencia de su propio ser:

La belleza del colibrí
viene del esfuerzo
sostenido
en sostener el aire
diminuto
muerto
no vale nada.

Este hermoso poema se corresponde con la imagen de la belleza y el esfuerzo sentidos como la fugaz manifestación de una realidad habitual. A través de esta imagen se reflexiona acerca de un sentimiento de soledad que parece nacer de la vida misma. Como si en medio del camino el poeta cuestionara su estar en el mundo en una imagen que también representa la brevedad de la vida.

En los poemas de Caminería reaparecen imágenes que proyectan las circunstancias y las cosas que inquietan al poeta: el tiempo, la brevedad de la vida, la reflexión que nace del cuestionamiento de la realidad, la muerte y la soledad, la figura del padre y familiares desaparecidos, y el lenguaje como búsqueda e indagación del ser. Vemos a un poeta que parece,  en ciertos momentos, inconforme con la realidad. ¿Qué es lo que perdura del instante en que miró la nube llevada por el viento o del armonioso y fugitivo canto del pájaro que desapareció entre las ramas de los árboles?

[…]
pero un pájaro canta
igual toda su vida
y toda su vida
otro pájaro
es su eco.

La multiplicidad de esas imágenes proyectándose cíclicamente en el canto del pájaro nos indica un sentido de continuidad, es decir, lo que encontramos en la breve presencia del pájaro se repite en el eco melodioso de otro pájaro que sin ser el mismo mantiene vivo el leve y armonioso cántico. Y quizás lo que ahora busca el poeta no sea tanto la imagen y la pérdida de las cosas que se aman, sino lo que se recobra del instante vivido. La honda impresión que deja en su mente y su espíritu la efímera presencia de las cosas, como ocurre, por ejemplo, con el canto del pájaro. Por eso es importante señalar que si en algunos poemas encontramos un sentimiento que expresa la brevedad y pasajera condición de la vida, en otros percibimos una imagen esperanzadora que parece surgir a veces de un acto de fe:

Dios me llueve
desde el mismo aire
Dios me trae
Consigo a mí
bello día estar vivo
ahora.

El planteamiento que parece proyectar el poeta en estos versos es que lo importante, lo que llena de sentido la vida es la plenitud de ese instante de contemplación. Es decir, lo que siente al contemplar la naturaleza no para idealizarla sino para sentir su presencia como una continuidad de su vida. La experiencia de esa contemplación nos descubre un motivo para pensar que la vida no siempre está invadida por la nostálgica del tiempo o por situaciones dolorosas, pues existe algo más poderoso que enriquece el alma. Esta realidad se nos revela en la mirada que recobra esos momentos que identificamos como su más profunda experiencia con el mundo:

Un día de éstos
me siento sobre una roca
a esperar
que algo pase
un viento
un pájaro
una hoja caiga
que mis ojos sean
una boca para todo
que ya no importe
si después
me quedo dormido.

Caminería es un libro que traza como una curva la idea inicial que aparece en los primeros libros del poeta y cuyo pensamiento intuye en la poesía una respuesta a su estar en el mundo, a sus experiencias como punto referencial de una existencia en relación con la naturaleza y la temporalidad de la vida.

Los poemas de Amatoria, como el título mismo indica, giran en torno a motivos amorosos. Éste será el gran tema del libro, no sin dejar visible en uno que otro poema los conceptos que predominan en la obra total del poeta. Me refiero a los que marcan la temporalidad de la vida y las circunstancias del poeta frente a su realidad cotidiana. El amor aquí acontece en su más intensa manifestación. Se busca el cuerpo de la mujer no como un refugio contra la soledad sino para sentir el amor como la manifestación de un sentimiento que trasciende la finitud de la vida. De ahí que en “Amar para morir”, poema que da entrada a esta sección, se  hable de la muerte desde el punto de vista del acto erótico y no como el acontecimiento normal de seres que dejan de existir. El amor es un encuentro jubiloso, territorio de cuerpos que proyectan su más descarnado erotismo en un acto que es también reflejo de nuestra humana condición. Esta es la tensión dominante que invade estos poemas justificando desde el texto inicial el título de este apartado. Lo que mueve al hablante poético es el placer que se manifiesta en la fusión de los cuerpos y no el amor sentido como algo sublime o como una inquietud redentora. No es ésta una visión romántica del amor sino una relación amorosa representada eróticamente a través del lenguaje. Por eso las referencias al cuerpo –“ojos”, “boca”, “saliva”, “tacto”, “lengua”- señalan la presencia física de un cuerpo que determina el sentimiento amoroso que asomaba tímidamente en los primeros libros del poeta y que ahora irrumpe con toda vitalidad en su vida:

Fuerza es materia vuelta espuma
y nublada la vista de deseo.
Que nada se interpone
al crecimiento de una flor.
Recogida la boca hasta la lengua
no poco maltratada. Hinchándonos
de espasmos prometemos llegarnos
más adentro.
Si tiempo da la vida suficiente.

Pienso que el erotismo matiza el tono y las situaciones que encierran los últimos poemas de esta antología. Se vive el amor con gran intensidad. “Como si nada, por simple amor al fuego / sucumbimos al paso que adelante espera”, nos dice el poeta. Gracias al amor las palabras reivindican su existencia. El poeta ha encontrado un nuevo sentido a la vida. “En tu cuerpo crecen todos los jardines / que he querido encontrar”, señala finalmente, para recobrar en el goce de esa unión lo que late allí en su alma al contacto con la temblorosa presencia de la amada.

Carlos Osorio: Poemas.

Carlos Osorio en la Amazonía Venezolana



















VAIVÉN

Esta piedra
conserva al calor del
día
aunque la noche
se lo irá llevando
sin daño
pero blando
no soy
y volverá
a recibir el sol
sin ninguna clase de
contento.


ALERTA

Todo queda oscuro cuando llegan las sombras
de la otra cara del cielo y nos dan ganas
de salir de nuestras vestimentas.
Por debajo, por arriba
nos estamos buscando y no nos vemos.
Ni vemos que los recuerdos están para distraer.


RESIGNACIÓN

Paremos la carrera porque el cuerpo
en desventaja nos deja.
Si acaso nos vamos a morir que no sea corriendo
ni estirando las manos para alcanzar fantasmas.
Si es lo contrario:
que el fuego se haga cargo
de nuestra permanencia.


VIAJE

Subiendo por el gran río que no llega
ni a su misma corriente, sino cuando lo decide
el barco que se mueve por la selva
donde mi vida encalla y se va quedando
hasta que cante un pájaro desconocido.
Para que las luciérnagas se espanten y
la noche permita un nuevo día.


DESTINO

Hay intentos por descubrir la ruta
remontando ríos y en amores
que llegan siempre al mismo punto.
Una memoria los considera
para dejarlos en la casa y cuenta
la misma historia muchas veces.
Es un sueño que empuja hacia otro sueño
donde la muerte come.


CARLOS OSORIO GRANADO, Caracas, Venezuela, 1955. Poeta, traductor, artista plástico, músico. Licenciado en Educación, Mención Artes Plásticas por la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Carabobo. Trabaja desde 1992 en el Departamento de Literatura de la Dirección de Cultura de la U.C. Dictando talleres y seminarios de poesía y lectura Es Subdirector de la revista Poesía, Separata, Edciones El Cuevo, Ediciones Poesía.  Pertenece al Comité Organizador del Encuentro Internacional Poesía de la Universidad de Carabobo. Ha participado en festivales nacionales e internacionales de poesía. Su poesía ha sido traducida parcialmente al inglés y al portugués. Ha recibido varios premios tanto por su poesía como por su obra plástica. Ha publicado: Saravá (1988), Albricias (1992), Caminería (1998), Vaivén (1999) y Amatoria (2004).¡ y El camino del poeta (Ars poética), en imprenta.