martes, 5 de julio de 2011

Raymond Carver: Poemas.

















Una tarde

Mientras escribe, sin observar el océano,
siente entre sus dedos
el temblor de la pluma de su lapicera.
La marea se retira arrastrando
pequeñas piedras, restos de vida marina.
Todo esto no tiene nada que ver, no,
con el origen de su emoción. No.
Su corazón se acelera porque ella
en ese instante ha decidido entrar
completamente desnuda en la habitación.
Somnolienta, por un momento no puede imaginar
dónde está. Se dirige al baño. Sacude su cabellera.
Se sienta en el inodoro con los ojos cerrados,
la cabeza inclinada; las piernas extendidas, abiertas.
No ha cerrado la puerta del baño, él puede verla.
              Quizás,
 ella esté recordando lo que sucedió esa madrugada.
Porque después de un rato, abre un ojo y lo mira.
Y sonríe con mucha dulzura.

 Esperanza

                                     ‘‘Mi esposa’’, dijo Pinnegar, ‘‘cuando me abandona
                                                   desea que  yo destruya  mi vida.".‘Ésa  es su última
                                                   esperanza’’
                                                   D. H. Lawrence.   Jimmy y la mujer desesperada.


Me dejó el auto y doscientos dólares.
Dijo: ‘‘hasta luego, querido.
Tomate las cosas con tranquilidad ¿me entendés?
Esto es todo. Absolutamente todo.
Esto es lo que queda
después de veinte años de matrimonio.
Ella cree adivinar lo que sucederá.
Piensa que me voy a gastar la plata
en dos o tres días
y que tarde o temprano
voy a destruir el auto - que ya era mío
y que además necesitaba varios arreglos -.
Al momento de alejarme
Los vi, a ella y a su novio,
 estaban cambiando la cerradura de la puerta.
Saludaron con el brazo en alto.
Los saludé de la misma manera.
Sólo para que supieran
que no había malos sentimientos de mi parte.
Apreté el acelerador y me alejé rápidamente.
Estaba como atolondrado.
Ella, por lo menos, tenía razón en eso.
Seguí el camino de la ruina.
El alcohol fue mi compañero fiel.
Resultamos buenos amigos.
No me detuve.
Recorrí el largo camino sin escalas.
Pude, al fin, dejar en el pasado
a mi amiga, la botella.
Meses, quizás años más tarde,
cuando aparecí frente a la puerta                                                            
de esa casa
manejando un auto diferente,
sobrio, vistiendo camisa y pantalones
limpios y las botas bien lustradas,
ella lloró al ver mi cara.
Su última esperanza estalló en el aire.
Y ya no tendría más esperanzas.

Lo que me dijo el doctor

Él dijo esto no es del todo bueno
él dijo en realidad es malo muy malo
él dijo conté treinta y dos en un solo pulmón
y dejé de contar
yo le comenté que me alegraba
porque no me hubiera gustado saber
de uno solo más alojado ahí
él dijo – qué dijo no sé – y preguntó si yo era creyente
si me arrodillaba en las grutas del bosque
frente a la pequeña cascada de aguas cristalinas
con el viento y la niebla soplando en mi rostro
si me detenía a pensar y pedir comprensión
en esos momentos difíciles
yo le contesté que no
pero que pensaba comenzar ese mismo día
él dijo estoy verdaderamente apenado
él dijo desearía tener buenas noticias para vos
yo dije Amén él dijo algunas palabras en voz baja
yo no comprendí lo que decía
y no sabiendo qué hacer
y deseando que no repitiera sus palabras
 porque temía no poder digerirlas
sólo lo miré
por un larguísimo minuto y él me miró y fue cuando
me levanté repentinamente y le di un apretón de
                                                                /manos
a este hombre que me había dado algo
que nadie me dio antes en esta tierra
yo creo que incluso le agradecí
siendo tan poderosa la fuerza de la costumbre.

Migración

Un día hacia fines del verano
mi amigo juega al tenis con otro amigo.
Cuando terminan el partido, el otro,
hace algunos comentarios
acerca de su manera de correr en la cancha,
considera que ha perdido agilidad.
Opina que nuestro amigo
ya no le pega a la pelota
con esa potencia que le envidiábamos.
“¿Te sentís bien?”, le pregunta.
“¿Has visto a un médico últimamente?”, insiste.
Es verano, la vida se desliza con facilidad.
Debo decir que mi amigo vio
a un médico que él conocía.
El médico, que era amigo suyo,
al concluir los análisis
lo tomó  del brazo y le dijo:
“Como máximo, te quedan tres meses,
 ni un día más”.

La tarde siguiente fui a verlo.
Estaba mirando T.V.,
tenía el mismo aspecto de todos los días.
Pero, ¿cómo decirlo? Diferente.
Avergonzado se acercó al aparato y bajó el volumen.
No podía estarse quieto.
Caminaba de un lado a otro de la habitación.
“Es un programa sobre la migración de los
                                                           /animales”,
me dijo, como si estas palabras pudieran explicarlo
                                                                               /todo.
Me acerqué a él y lo abracé.
No fue un gran abrazo.
No utilicé toda mi fuerza.
Tuve miedo
pensé que uno de nosotros o los dos
estallaríamos en infinidad de pequeños pedazos.
En ese momento un pensamiento enajenado,
deshonroso, me vino a la mente:
¡Cuidado esto puede ser contagioso!

Encendí un cigarrillo. Él estaba feliz
dando vueltas por la casa buscando un cenicero.
No nos hablamos. Juntos vimos el documental.
Renos, osos polares, peces, aves acuáticas,
mariposas y mucho más.
Algunas veces viajaban de un océano a otro.
Era muy difícil para mí
concentrarme en la historia
que transcurría en la pantalla.
Porque mi amigo, así lo recuerdo,
no se sentó en ningún momento;
estuvo parado a mi lado todo el tiempo.

¿Se sentía bien? Se sentía muy bien.
Sólo que aparentemente
tenía necesidad de moverse
nada más que eso.
Las imágenes se le aparecían
y se esfumaban, continuamente.
¿De qué mierda están hablando? preguntaba
en voz alta.
Quería saber, pero no esperaba mi respuesta,
no me daba tiempo para contestarle.
Empezaba a caminar otro poco.
Yo lo seguía torpemente
de un habitación a otra.
Él hacía eferencias al clima,
hablaba de su trabajo,
de su ex-esposa, de sus hijos.
Repitió dos veces que les tendría que hablar.
Debería explicarles...
Decirles algo por lo menos.
¿Será realmente cierto que voy a morir?

El recuerdo más nítido de ese día horrible y atroz
es el extraño nerviosismo de mi amigo,
y mis abrazos cautelosos: “ Hola”, “ Hasta luego”,
“Adiós”.
Él siguió moviéndose
hasta llegar a la puerta del frente
ahí se detuvo.
La abrió, se asomó afuera,
y retrocedió, como si lo sorprendiera
la luz del día que terminaba.
Las sombras del cerco
cubrían la entrada de la cochera.
Las sombras de la casa
se extendían sobre el césped.
Me acompañó hasta el auto. Lo abracé.
Nuestros hombros chocaron. Nos dimos la mano.

Lo abracé una vez más, suavemente.
Él me dio la espalda y regresó al interior de la casa.
Su rostro apareció detrás de los cristales de la
                                                                /ventana,
un momento después había desaparecido.
Ahora todo su ser
hasta el último pedazo de su cuerpo
de ese cuerpo desfalleciente
estará en movimiento
viajará día y noche, sin descanso.
Hasta llegar a un sitio que sólo él conoce.
Un lugar frío, helado, ártico.
Él pensará que ese territorio está suficientemente
                                                                            /alejado.
“ Éste es el lugar”, se dirá a sí mismo.
Ahí se recostará lentamente
porque está muy cansado.