sábado, 15 de febrero de 2014

Fernando Denis: Farid Méndez Lozano; LA VOZ QUE MURMURA DESDE LOS ACANTILADOS.









La voz de Farid Méndez está hecha de piedra, de mármol, de granito, en sus carcajadas bajan los arenales  ensimismados que forman el laberinto, la sed del que murmura, de aquel que  llama a la vendedora de sombras, la misma  que corrige su soledad los patios de la Alhambra.
         Amanece, y un viento de las colinas dibuja símbolos en las pupilas. Oímos la voz: No hay ruido en la caída, sólo la caricia del viento”.  Es el retrato hablado de un sueño. Farid enmarca esos rostros para llamarlos después desde la otra orilla. Su poesía es la búsqueda incesante de su propio yo en cada cosa que toca, en cada gesto del mundo,  en la soledad del viaje y su regreso, en el imaginario trasegar de una palabra donde se esconden muchos secretos, la sonoridad de su vida entera y el cansancio  perentorio de llevarla a cuesta como un peregrino  anónimo, y más allá de su infatigable lucha por sobrevivir a sus obsesiones, Farid Méndez su torre de marfil en Piedecuesta, sus murmullos llegan a todas partes, las pareces del tiempo le devuelven su eco, cada palabra que ha guardado el cielo y que no llega hasta el papel en blanco.
         Este libro es una búsqueda a través de diversas intuiciones del poeta, donde sin ambages se permite dilucidar sobre su experiencia personal a través de emociones e impresiones diversas sobre distintos paisajes, soberano de su propia época y testigo de sí mismo, y así  va recorriendo los linderos de una intrincada y visceral melodía que lo empuja a conquistar cada porción de infinito que el universo le regala, cada promesa,  cada pedazo de tierra santa donde dejar su huella como sentencia clara de un día estuvo ahí. Farid Méndez se reconoce en menos en su vida personal que en trabajo poético, pues es ahí donde realmente trabaja como arquitecto del lenguaje, trazando los planos de una estructura para alcanzar a los dioses, para no  limitar sus deseos y esa sed ingrávida de poseer la sílaba salvadora, el tesoro que brille más allá de sus palabras y su anécdotas como hombre y como guerrero. La voz que bordea la piedra cae desde lo alto:
       
           “¿Puedes ver que ese desierto se cae de tus manos
             como la arena de un reloj quebrado
           que cae sobre el viaje del tiempo…?”
        
 Antes que el verso aniquile su soledad, ya lo espera en un recodo de sus paraísos artificiales esa primera imagen que añora, su verdadera esencia dentro del paisaje que lo habita, sus ríos interiores y sus valles, y mucho antes de que caiga la lluvia, la lectora transparente, o que aterrice el relámpago, el mensajero, con noticias de otros mundos, con metáforas nuevas.

Fernando Denis


Farid Méndez Lozano: 5 Poemas.

LA NOCHE CUANDO MURIÓ ESTEBANA CARRASCAL

A Nancy Lozano Carrascal.

Huye de la choza donde ella expira
y déjale su agonía a los viejos.
Eres  todavía una niña…respira,
corre y que tu carrera asombre a los conejos.
Escapa de la tragedia
y para despistar el dolor,
hunde tu mirada en el Caribe; todavía la muerte asedia,
corre por la playa, corta la flor
nocturna que nace en la boca del volcán
y permite a tus recuerdos aliarse con la brisa.
Allá, en el falso zaguán
se extiende el cuerpo yerto de tu madre, no hay prisa
por regresar a la choza,
ya no tiene sentido,
ella hace parte del vacío rotundo de la muerte, solloza
y mejor piensa que no se ha ido,
que camina contigo
por esta playa, por esta noche fría
y larga. El recuerdo de su abrazo te traerá
                                                                  [el abrigo
en los inviernos venideros. La medallita de la
                                                                  [Virgen María
que te regaló en Navidad será tu escudo,
el golpe de las olas con la arena será su voz…
Mira la mano de tu madre diciéndote adiós -el nudo
que las une no se desatará jamás-. Su veloz
silueta de mujer se aleja
por las colinas nocturnas de la sabana…
En sus ojos se refleja
la angustia de dejarte sola… dile que estarás bien,
             [que con la mañana
llegará la luz .

LA  NOCHE ESTRELLADA  EN PIEDECUESTA

¿Puede ser esta noche luminosa
la señal de una astuta eternidad
que empieza a caer sobre la tediosa
silueta del pueblo?  La austeridad
de las estrellas entre la marchita
jerarquía del templo divide el cielo
para que la media luna  permita
la llegada del silencio. Aquel velo
invisible de blancos y amarillos
ha caído en las lomas del macizo
y no puede herirlas con su cobrizo
secreto, ni ocultarlas en su brillo
fugaz. El árbol crece hasta tocar
las estrellas que no cesan de girar.


LLUVIA

No sé qué trata de decirme la lluvia,
sólo sé que su golpe llena de paz
mi alma; humilde, la música fugaz
de su sinfonía, mientras todo se nubla,
me devuelve a la vida, al sueño desdeñado
del niño que fui. A lo lejos se desprende
la tormenta... el patio juega con los duendes
y las fábulas retornan temblando
a la piel de las hojas. Veo las gotas,
sus quebradizos cristales reflejando
el espíritu del monte. Sé que azotas
el verano... sé que acaricias el cultivo,
 sé que me has recordado que aún estoy vivo.


OBRA NEGRA

Tus caballos se cansaron de correr
por esas  tierras enloquecidas de soberbia y vastedad.
Tierra de águilas, de fantasmas, de soledad
y de ausencia… muchacha: la nostalgia te está dando de beber
su dulce veneno…
¿Puedes ver que ese desierto se cae de tus manos
como la arena de un reloj quebrado
que cae sobre el viaje del tiempo…  de tu tiempo alterado,
y  vulnerable,  sobre los lejanos
techos de tu hogar,
sobre el rostro de tu madre envejecido y mudo?
Cierra los ojos, el viento te dirá el camino,
la promesa no se ha roto, lo que el olvido no pudo
tragarse está puesto sobre la mesa;  relájate, la muerte no vino
a nuestro bazar…
paso de largo sin darse cuenta de que aquí la vida sobra
y se escurre por  los brazos  de los distraídos.
Cuando llegues, si quieres buscar mi casa… es la que está en obra
negra (no te estaba esperando) , casi no hay nada construido…
mi cama es de heno,
mis techos de cartón y mi paredes de tela;
pero creo que pueden protegernos
de toda vorágine, de vetustos y siniestros gobiernos.
Pasa, siéntate en la terraza imaginaria, descansa… siente como tu recuerdo
[vuela.


PARQUE DE LAS HERMANAS

A la gallada del parque y a los colibríes que no volvieron.

Caminábamos por un sitio que ya no era nuestro,
tal vez nunca lo fue, quizás solo era un bello préstamo,
un truco leve y siniestro
de nuestros parientes nómadas… Caminábamos  por cortos tramos
temiendo caer en alguna trampa, o ser arrollados
por algún evento furtivo.
Cuando se iba la tarde,  nos vimos raptados
por la fuerza de un compulsivo
delirio: Ahí estaba  el parque, el Parque de las Hermanas,
el teatro de nuestra divina infancia
carcomido por la desidia de los invasores.  La plana geografía
de ese mundo de colibríes y ceibas y fragancias
suaves de inocencia y lluvia moría con nosotros
como un apéndice de nuestra efímera vida.
Miramos hacia adentro, hacia el bosque donde pastaron  los potros
imaginarios del juego, donde se dispersaba la huida
de los venados, donde asechaba el cazador y se escondía
de mi la muñeca morena de profundos silencios que eras tú…
y vimos una legión de fantasmas que volvía
de esa guerra eterna que se tragó a Mambrú
y vimos cerrada la ventana de la furia de Gárgamel
y el árbol que todavía  lloraba lagrimas rosadas
de tanto extrañar a los pericos, y la nube de rímel
que venía a ennegrecer  las flores desmayadas.


Farid Méndez Lozano (Barranquilla, Colombia, 1977). Poeta y narrador. Arquitecto de profesión, ha vivido la mayor parte de su vida en Piedecusta y por algunas temporadas en Montreal, Canadá, Miami, EEUU  y Barranquilla, Colombia. Inédito.